La primera vez que vi esta imagen era septiembre, aunque terminó por florecer un enero.
Una de las últimas imágenes alcarreñas. Nada fue inventado, ni siquiera el punto de vista. Estaba al lado de aquel jardín en el que algún viajero tuvo el antojo de morir de amor. Luz de entretejas a un sol de mediodía que anunciaba días mas quietos y fríos.
Inmerso en el deleite del vuelo que ofrece el amor, calculando el peso de la página que había que pasar y a merced de un aliento fresco llegado de un nuevo lugar andaba yo. Demasiado reciente el cautiverio como para salir al sol sin ser deslumbrado. Cautela e ilusión titubeante todavía.
La encontré mientras recorría calles y plazuelas en busca de retratar lo que a otras personas gusta ver.
Una reja con espinas que llamo la atención de algún encarcelado no se sabe en que recóndito lugar de la locura en la memoria.
Se quedó a las puertas de una arquitectura singular, llegó tarde a su primer destino, un instante fuera de contexto y al final un recuerdo de añil que se mira desde otro punto cuando se sabe que ahora se es importante para algún mortal.
Al marchar de mi lado se cerró otro capítulo en el recuerdo de días vividos y lo que venga después formará parte de la vida secreta que imaginé tras la oscuridad del cálido tostado en la madera.
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