Era de ciudad y la preocupación de si se adaptaría se disipó en el primer paseo nocturno por las calles que terminaron siendo como su casa.
Alguien lo encontró siendo muy pequeño en un contenedor de basura metido en una de esas zapatillas que tienen forma de oso. Vivió en muchas casas, vio el mundo desde el balcón y parecía haber aprendido mucho, era mayor.
Lo trasladaron sin preguntarle, como en otras ocasiones, se adaptó como siempre aunque esta vez parecía sentirse más cómodo que nunca.
Cazaba ratones que luego regalaba a quien a su juicio lo necesitase por no saber hacerse con el sustento, aprendió a dormir en el quicio de las ventanas, a salir de noche, a soportar a sus congéneres, estableció su horario. Parecía que al fin podía comportarse como lo que era.
Durante el día recorría cada rincón, ubicaba cada ser, dormitaba en el sillón. Por la noche guardaba secretos de azul profundo, gris plata y blanco con una mota rosa para definir la nariz.
Una noche como tantas salio por la ventana, nunca mas regresó y todavía da la sensación de que asomará en cualquier momento con su gesto de indiferencia.
Aunque la sospecha siempre fue que hizo sus maletas y se lanzo a recorrer el mundo que había visto y le quedaba por vivir.
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