Llena de tierra puse aquel manojo de espinas que me había regalado el albañil que además era alcalde. Desde su tranquilidad nunca asomaba como tal, desde su buen humor siempre en ropa de trabajo sin preocupación aparente por terminar la obra.
El y su compañero sin prisa pero sin pausa. De esa manera creció sorprendiéndome dos años después de ponerlo allí.
Grabado a fuego en el momento en que tímidamente empezaba a jugar al juego de aprender coloreando.
Casi quedarme corto en viveza y colorido para no recargar, descubrir el lápiz graso y empezar a desvelar secretos menores que fueron creciendo.
Ahora, en paradero conocido no por cotidiano es menos especial.
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